Xavier Pericay
En los días y semanas que siguieron a mi descabezamiento como portavoz parlamentario en Baleares fui reuniendo pruebas de la conspiración de la que había sido víctima. No es que las recabara, esas pruebas; simplemente llegaban a mí, procedentes en su mayoría de cargos orgánicos comprometidos en la operación de derribo a los que se había prometido la luna y cuyas aspiraciones se habían visto frustradas, y también, aunque en menor medida, procedentes de afiliados a los que se había tanteado sin éxito para que se sumaran a la confabulación. Con ello elaboré un breve relato de los hechos que envié a Hervías y a Villegas. Ni siquiera acusaron recibo. Estaba claro que no pensaban mover un solo dedo contra los responsables de la trama balear. Lo que sí hicieron, por el contrario, fue permitir que la secretaria de Organización colocara a los principales conspiradores en las listas, en lugares de salida, hasta el punto de colocarse también a sí misma. De ahí, en fin, que me plantease abandonar el Comité Ejecutivo. ¿Qué sentido tenía seguir perteneciendo a él si dos de mis compañeros de Comité, y no cualesquiera precisamente, obraban de tal modo? Quedaba quien me había propuesto, o sea, Albert. Pero intentar acceder a él en plena precampaña –habíamos entrado ya en la de las generales– era una quimera. Por otra parte, durante un par de meses no se celebraron reuniones del Comité Ejecutivo, con lo que las candidaturas electorales del partido en toda España se fueron aprobando por bloques, mediante votación telemática y sin que mediara debate alguno. No tuve, pues, tampoco ocasión de expresar mi desacuerdo con las de Baleares, o lo que es lo mismo, explicar a mis compañeros de Comité las razones por las que me veía obligado a votar en contra –y me consta que no fui el único en hallarme en semejante tesitura–.
Lo que sí hicieron, por el contrario, fue permitir que la secretaria de Organización colocara a los principales conspiradores en las listas, en lugares de salida, hasta el punto de colocarse también a sí misma
Más allá de mi circunstancia particular, la ausencia de debate en la elaboración de las listas impidió también discutir la conveniencia de determinados movimientos. Por ejemplo, el previsible desembarco en el Congreso de los Diputados, a poco que los resultados electorales acompañaran, de los hasta entonces diputados en el Parlamento de Cataluña Inés Arrimadas, Fernando de Páramo y José María Espejo. El caso de Inés podía entenderse por razones personales, vinculadas a la presión que se veía obligada a soportar en la Cataluña independentista y a su deseo, confirmado meses más tarde, de disfrutar de una futura maternidad en condiciones mínimamente tolerables y no tener que convertirse en una especie de Madre Coraje en la batalla contra el nacionalismo. Pero los de Fernando y José María, cuya vida en Cataluña, rodeados de escoltas, tampoco era fácil –aunque no pudiera compararse con la que se veía obligada a llevar Inés–, resultaban bastante menos comprensibles. Con todo, lo peor era la sensación de abandono en bloque del lugar, como si Inés no pudiera renunciar a aquella garde du corps en su desplazamiento a la capital.
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Aquel trasvase múltiple de la periferia al centro venía a sumarse a cierta sensación de desistimiento por parte de Ciudadanos en relación con la política catalana
Se me dirá que los orígenes catalanes del partido y el hecho de que la adolescencia política de sus principales cuadros directivos, empezando por la del propio Albert Rivera, hubiera transcurrido precisamente en el Parlamento autonómico justificaban hasta cierto punto que los que dieran el salto salieran de allí. Y hasta podría argüirse, con la ventaja que siempre ofrece una visión retrospectiva, que la presencia de Inés en el Congreso de los Diputados constituía una suerte de colchón de seguridad para el caso –absolutamente impensable entonces– de que Albert renunciara un día a su escaño y decidiera abandonar la política. Pero no son motivos bastantes. Sobre todo porque aquel trasvase múltiple de la periferia al centro venía a sumarse a cierta sensación de desistimiento por parte de Ciudadanos en relación con la política catalana, originada tras la negativa del partido a rematar su triunfo en las autonómicas de 2017 con la presentación de su cabeza de lista como candidata a la investidura para la Presidencia de la Generalitat.
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En aquella primera ejecutiva post 28-A todo fueron parabienes –lógicos, dado el resultado– y enseguida se pasó a lo que en aquel momento parecía perentorio, que era la postura a adoptar –y no tanto la estrategia a seguir, por desgracia– en relación con la investidura de Pedro Sánchez.
La confirmación por parte de Albert del interés del partido por convertir a Valls en futuro alcalde de Barcelona, vino acompañada del anuncio de que llegarían “más independientes”, sustentado en la creencia de que hacía “falta talento”
Pero, antes de referirme a ello, debo tratar de lo que podríamos denominar OT, esto es, Operación Talento. Arrancó formalmente en abril de 2018, cuando Rivera anunció, en el marco de un Encuentro Nacional del partido celebrado en San Lorenzo de El Escorial, el fichaje de Manuel Valls como futuro candidato a la Alcaldía de Barcelona. En fin, para ser precisos, la voluntad de consumarlo. La noticia había sido adelantada la víspera por un medio de comunicación, por lo que ya constituía, nada más empezar el cónclave, la comidilla de los allí congregados. Entre ellos estaba Carina Mejías, la portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento barcelonés y presunta candidata in pectore a darle la batalla a Ada Colau en la siguiente cita electoral. Me acerqué a ella y le pregunté que cómo había ido la cosa. Me respondió que ni idea, que ella también se acababa de enterar por la prensa. Esas situaciones se daban entonces en el partido: se tomaban decisiones desde la cúspide y el último en enterarse era el propio afectado, incluso si, como en el caso de Carina, formaba parte del Comité Ejecutivo. A la falta de comunicación se sumaba, pues, la falta de respeto por la persona damnificada, a la que ni siquiera se tenía el detalle de anticipar la mala noticia. Por otra parte, la confirmación por parte de Albert del interés del partido por convertir a Valls en futuro alcalde de Barcelona, vino acompañada del anuncio de que llegarían “más independientes”, sustentado en la creencia de que hacía “falta talento” y de que el partido no podía ser “un PP o un PSOE cualquiera”, o sea, “una réplica de algo que ha funcionado mal”. Y, en efecto, en aquel mismo Encuentro de El Escorial Albert hizo un aparte conmigo para notificarme que Joan Mesquida iba a ser el siguiente de la lista. Yo conocía a Joan no sólo por su pasado político, sino también personalmente. Nos habíamos reunido en Palma, a instancia suya, en el piso particular de una amiga y compañera mía de partido, cuando yo llevaba apenas unos meses de diputado –la discreción del encuentro guardaba relación, sobra indicarlo, con el cargo de confianza que él tenía por entonces en el Ayuntamiento de Calvià en su condición de militante socialista–. La conversación había consistido en una simple toma de contacto, sin mayor trascendencia, pero revelaba ya su interés por acercarse a Ciudadanos. De ahí que cuando Albert me comunicó que iba a incorporarse al partido –mejor dicho, al proyecto de España Ciudadana, antesala de lo que acabaría siendo para muchos la incorporación definitiva al partido– no me sorprendiera lo más mínimo, tanto más cuanto que el mes anterior el propio Mesquida había anunciado con un mensaje en las redes sociales su baja del PSIB-PSOE.
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Como comentó algo más tarde un veterano periodista del lugar, de Bauzá sólo hablan bien los que no le conocen. En su propio partido lo tildaban de mentiroso y en lo que podríamos denominar la sociedad civil lo más benigno que se oía era arrogante
El otro independiente que me tocó en suerte –un decir– en esa todavía embrionaria OT fue José Ramón Bauzá. Ya me he ocupado al principio de estas páginas de nuestro breve encuentro cuando ambos éramos candidatos a la Presidencia del Gobierno Balear. En lo sucesivo, y pese a ser él senador autonómico a propuesta del Partido Popular, apenas nos vimos. Lo que es el Parlamento autonómico, lo pisó poquísimo, sobre todo en comparación con el otro senador elegido por la Cámara, el socialista Francesc Antich –y me temo que lo mismo podría decirse del Senado–. En cambio, sí bordoneó por la política regional. Presentó su candidatura a la presidencia del PP en Baleares y, tras ser derrotado con claridad, la presentó a su vez a la presidencia de la Junta del partido en Palma, con idéntico desenlace. Pero se trataba sobre todo de amagos, revestidos de un insaciable afán de protagonismo. Donde no perdió el tiempo, sin embargo, fue en Madrid, ya con la vista puesta en un futuro cambio de bandera. Sus elogios hacia la política de Ciudadanos en Baleares por su denuncia de la inmersión lingüística y el consiguiente adoctrinamiento en las aulas y, más en general, por su beligerancia contra los usos y abusos del nacionalismo, unidos a las críticas por la inacción de su propio partido en este mismo terreno, presagiaban un posible aterrizaje a medio o largo plazo en la pista naranja. Tal vez por ello algunos periodistas de Baleares, cuando habían pasado tan sólo unos días desde el Encuentro de El Escorial y algo más de un mes desde que Mesquida anunciara que dejaba de ser socialista, me preguntaron si la anunciada incorporación de independientes iniciada con Valls iba a concretarse en el archipiélago con los fichajes de Mesquida y Bauzá. Contesté que nada sabía. Insistieron: querían saber cómo vería yo su hipotético aterrizaje. Sobre el primero indiqué que podía encajar en el proyecto, mientras que en lo tocante al segundo me limité a manifestar que no le veía en Ciudadanos y que, a mi juicio, su tiempo había pasado.
Lo dije convencido. En política no basta con coincidir en determinados aspectos programáticos, por importantes que sean; también hay que gestionarlos. Y yo sabía –al igual que la gran mayoría de quienes habían residido en Baleares entre 2011 y 2015– que la gobernanza, bajo Bauzá, había sido deficiente. Es más, mi acceso a la política representativa me había puesto en contacto con mucha gente que le había tratado o había colaborado incluso con él en tareas gubernamentales, y ni una sola de esas voces había salido en su defensa. Como comentó algo más tarde un veterano periodista del lugar, de Bauzá sólo hablan bien los que no le conocen. En su propio partido lo tildaban de mentiroso y en lo que podríamos denominar la sociedad civil lo más benigno que se oía era arrogante. Así las cosas, ¿qué podía reportar para una formación como Ciudadanos, paladina de la nueva política, su fichaje?
Es curioso cómo José Manuel Villegas había interiorizado a la perfección esa cultura de los partidos tradicionales consistente en considerar que uno está donde está no para tratar de que sus ideas triunfen, sino para procurar por todos los medios que no le quiten el puesto (de trabajo)
Esas consideraciones y alguna más se las hice a José Manuel Villegas cuando en septiembre de aquel mismo 2018 me comentó, a la salida de una reunión del Comité Ejecutivo, que existían contactos con Bauzá. La verdad es que no recuerdo si la palabra fue contactos o conversaciones, pero tanto da. Lo que sí recuerdo es que ese acercamiento tenía como padrino a un empresario de la comunicación con residencia en Madrid. También me indicó Villegas que no me preocupara, que a mí eso no iba a afectarme para nada ya que el interés del pretendido fichaje estaba en la política nacional y no en la balear. Igual que Mesquida, en definitiva. Es curioso cómo José Manuel había interiorizado a la perfección esa cultura de los partidos tradicionales consistente en considerar que uno está donde está no para tratar de que sus ideas triunfen, sino para procurar por todos los medios que no le quiten el puesto (de trabajo). Una sensación parecida la tuvo Fernando Navarro cuando el propio Villegas le comunicó oficialmente que no encabezaría la lista al Congreso por Baleares y, en vez de valorar el trabajo que el diputado había realizado hasta entonces en Madrid y pedirle que aceptase ir de número 2 tras Mesquida, le ofreció enseguida la opción de ocupar el número 3 de la lista balear para las inminentes autonómicas –un puesto, este, de salida casi garantizada, al contrario que el de las generales–. Fernando antepuso entonces la coherencia con la labor desarrollada a la certidumbre del puesto de trabajo, por lo que rechazó la propuesta. Y, a pesar de todo, a punto estuvo de salir elegido diputado nacional el 28-A.
Lo único que recibí como respuesta fue una reprimenda de mi secretario general advirtiéndome de lo inconveniente que resulta en política pronunciarse de forma tajante sobre ciertas cuestiones. En otras palabras: la culpa de la situación en la que me hallaba era mía y sólo mía
Sobra añadir que mis razones de nada iban a servir para torcer la voluntad de quien ya había decidido asociar a José Ramón Bauzá al partido. O sea, Albert Rivera. Por mi parte, le envié al cabo de poco a José Manuel un pequeño compendio de lo que yo mismo había declarado anteriormente a propósito del personaje, con la esperanza de que se hicieran cargo, él y Albert, de hasta qué punto la noticia podía perjudicarme, y, en especial, perjudicar las expectativas del partido, que en aquellos tiempos seguían siendo, a juzgar por los sondeos, las de llegar a formar parte de un futuro gobierno en Baleares. En vano. Lo único que recibí como respuesta fue una reprimenda de mi secretario general advirtiéndome de lo inconveniente que resulta en política pronunciarse de forma tajante sobre ciertas cuestiones. En otras palabras: la culpa de la situación en la que me hallaba era mía y sólo mía. Meses más tarde, viendo que Bauzá seguía sobrevolando como un moscón la política del partido, aproveché un breve encuentro con Albert para hacerle partícipe de las mismas reservas sobre su fichaje que ya había trasladado en su momento a Villegas. Tampoco sirvió. Albert, al igual que había hecho José Manuel al darme la noticia, me dijo que no me preocupara, que Bauzá no iba a intervenir en la política balear. Está claro que no conocían el paño. Ni el balear, ni, sobre todo, el del propio Bauzá.