Nos invito a entrar - Pasad y veis los espacios de la casa, así podréis decidir donde hacemos la entrevista. Francisca, tomaba sus notas.
Diego Conesa Matencio nace en Santiago de La Ribera - Murcia, el 11 de abril de 1948, el mismo año en Nueva York, la ONU decretaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en enero era asesinado en Nueva Delhi el líder político indio; Mahatma Gandhi, en Europa entraba en vigor el Plan Marshal, se fundaba la Organización Mundial de la Salud, se creaba el Estado de Israel, era un año intenso para el nacimiento de quienes serían músicos de renombre; Kenny Loggins, James Taylor, Jackson Browne, Olivia Newton John, Andrew Lloyd Webber, Ian Gillan de Deepe Purple, Robert Plant de Led Zeppelin, Jean Michel Jarre, Alice Cooper, Donna Summer, Cecilia, Marisol, la presentadora Mayra Gómez Kemp, el locutor Joaquín Luqui, en arte destaca la presentación de “Los elefantes” de Dalí, “Christina’s world” de Andrew Wyeth, “Quito, niebla verde” de Oswaldo Guayasamín o la obra “Olympia” de René Magritte, en Ciencia y en Tecnología la invención del Transistor, el primer Videojuego, en literatura, El túnel de Ernesto Sábato, Testigo de cargo de Agatha Christie, en cine triunfaban títulos como; Cayo Largo de John Houston, El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, La soga de Hitchcock, entre otras.
¿Qué tal le ha ido su última exposición?
De visitas no puedo quejarme. Expuse una serie de mi colección nueva de paisajes del desierto de Danakil, realizada con témperas y acuarelas. Luis Maraver, me animó a presentar estas piezas. Volví a tener contacto con los amigos y gente que no conocía después de tanto tiempo de reclusión con la pandemia, esto se agradece. En cuanto a ventas no podemos hablar de rentabilidad porque es totalmente nula. En estos tiempos la gente invierte poco en arte.
Hijo de Francisco y de Concha propietarios de un negocio familiar, la taberna del pueblo. Es diez años mayor que su hermano Tomás y doce más que Mari Carmen. Diego y Carmen fueron los abuelos que conocieron por parte de padre, agricultores naturales de La Ribera, al igual que todos los mencionados.
¿Cómo recuerda su infancia?
Era un ambiente rural de gente humilde. Mis padres al igual que mucha gente del pueblo, le alquilábamos tierras al conde. Uno de esos terrenos tenía una cañada y una noria de agua y mi padrino tenía un burrito y yo me encargaba de darle de comer para que hiciera girar la noria.
Mi padre era muy bondadoso y entrañable, nunca sufrí un castigo por su parte, cuando en aquellos tiempos era habitual, con la excepción de una vez en la que no hice caso a la prohibición de ir al rio Segura. Así que un domingo me marché a escondidas con los amigos y pasamos el día abducidos por tanta libertad. Al regresar seguíamos bañándonos en la acequia, deslizándonos por las rocas, felices y sin darnos cuenta de que allí cerca estaban nuestros padres que nos esperaban preocupados.
Oí un grito; ¡Diego, vístete! Uf, me dije.
De camino a casa vi a mi amigo José Luis “el gafitas” al que tiraban de una oreja y que igual que yo recibió una buena tunda de escarmiento. Mi padre que además me había sermoneado seriamente, pasó unos días mohíno, triste. Incluso lloró por haber actuado conmigo de aquella forma, tan severa. Nunca más volvió a castigarme.
¿Qué tal se le dieron los estudios?
A los 13 años ya trabajaba y no tengo ningún título como tantos otros de mi generación que nacimos en esos lares.
Cuando tenía ocho años convencí a mi padre de que quería estudiar con los frailes (Comunidad de Frailes carmelitas Descalzos) que estaban en el Castillo de Caravaca de la Cruz. Me acompañó mi papá con mi maleta y mis dos mudas. Al cabo de dos meses vino a visitarme y le dije que me llevase para casa, y él me contestó que aguantase hasta final de curso por cabezota, por lo que pasé allí seis meses.
Aquellos viejos pupitres de madera, desvencijados y manchados de tinta, el polvo del yeso al borrar las tareas de las pizarras, la humedad en los cristales, los vencejos tras las ventanas, el mapa de España y la cruz, colgados frente a la foto del Caudillo, el boletín…
A edad muy temprana tuve que dejar el colegio porque había muchas tareas en casa. Ir a colocar tablones sobre la acequia, para poder llevar agua al aljibe, despachar en la taberna, levantarnos pronto para una tarea en el campo. Siempre había que hacer.
Recuerdo con trece años, “el conde” dueño de casi todo, le arrendó a mi padre un trozo de tierra y sembramos patatas. Aquel terreno húmedo era tan excesivamente fértil que la cosecha nos desbordó. Había tanta abundancia de patata que aquel posible negocio se convirtió en ruina para los campesinos ya que el precio no compensaba.
A los quince años comienza a trabajar fuera de casa…
¡Sí! a esa edad teníamos ofertas para laborar en las conserveras de la ciudad de Molina de Segura y ciertamente en aquel tiempo nos explotaban, aunque la manera de contratarnos, permitía aceptar una oferta de cualquier fábrica cercana. Siempre había faena y surgía una mejor oferta y por eso cambiábamos, pero las pésimas condiciones eran las mismas, incluso había castigos con más trabajo.
Hace poco pasé por delante de la conservera, una empresa auxiliar donde se fabrican los botes de hojalata, fue mi primer empleo y no siento estima, más bien odio por el trato humillante que recibíamos a aquella edad.
Y un día, decide que ya no aguanta más y que debe partir.
Necesitaba respirar, aquel trabajo era agobiante. Algunos de mis amigos habían probado fortuna y entre ellos un buen amigo que había superado las pruebas, me aconsejó para entrar en la plantilla de la Compañía Telefónica en Valencia. Yo también aprobé el examen y me contrataron. Con diecisiete años tenía la categoría de celador. A la edad de dieciocho años me mandan a Mallorca para ejecutar unas tareas que consistían en pasar cables por debajo de ciertas zonas de la ciudad de Palma.
En esa época conocí a quien hoy en día es mi mujer.
Durante un tiempo nos escribíamos cartas, yo de vez en cuando viajaba, combinando mis trabajos en Cuenca o en Castellón, el sábado o el mismo domingo, volaba a Palma con aquellos ruidosos aparatos de Spantax y me plantaba en casa de la que era mi novia. Sus padres se extrañaban de que por un día o unas horas, yo hiciera aquellos largos trayectos. Pero estaba enamorado de Conchi Hurtado, tanto que pedí cambio de destino a la compañía. Me lo aceptaron y vine a Mallorca.
Y entonces ¿acabó en boda?
¡Claro que sí! Nos casamos en la Iglesia de San Magín y nos marchamos a vivir a Valencia donde yo había comprado un piso, aunque Conchi añoraba a su familia y poco tiempo después, definitivamente nos instalamos en la isla. Yo tendría veintidós años. Aquí nacieron nuestros hijos Diego y Alejandro. Y yo trabajé durante cuarenta y dos años para Telefónica.
Curiosamente, mi hijo Diego ahora vive en La Ribera, ya que en uno de nuestros viajes, conoció a la hija de un buen amigo mío y se casaron. Allí vamos para ver al nieto. Mi otro hijo, Alejandro, es profesor y ejerce en un colegio de Palma.
Mirarse en el espejo y convencerte cada mañana de que ese aspecto que se refleja es mejorable, de que siempre debemos estar dispuestos a aprender, es una manera de hacer alusión a la trayectoria de este hombre captor de pequeños detalles y que de muy joven tuvo que abandonar los estudios para dedicarse a las faenas del campo y posteriormente trabajar en las industrias conserveras murcianas para acabar batiendo las alas y migrar hacía dónde vuelan los sueños.
¿Desde cuándo se dedica a la pintura?
¡Se te va a secar el cerebro de tanto pintar! - me decían en casa. Con doce o trece años, pintaba con acuarelas sobre mi colección de tebeos de blanco y negro. De hecho, mi primera venta fue una de esas acuarelas a una amiga novia. Era el único en casa aficionado a leer o a pintar. Mi madre me llamaba para ir a dormir y al final yo era el que leía el cuento y ella se dormía antes que yo.
De todas formas, donde más aprendí a manejarme en el trazo fue en los últimos años de profesional, ya que me pasaron al departamento de ingeniería para colaborar con los delineantes. A ellos les agradaban mis dibujos y me iban dando proyectos que me llevaba a casa, a veces incluso me proporcionaban un sobresueldo. Cada vez me sentía más seguro al culminar ideas que en principio creía imposibles. Un día recuperé la pintura de acuarela y me atreví a exponer en una colectiva en una galería de la calle Sant Francesc de Palma. Se vendieron mis obras y me animé.
Con alguna excepción desde aquella primera, casi todas exposiciones las ha realizado en diferentes localidades de Mallorca, Palma, Calvià, Pollença, Alaró, Binissalem, Marratxí, Valldemossa, la última en Palma, en la que ha mostrado un interesante trabajo de un viaje que nunca emprendió al Desierto de Danakil, situado el Cuerno de África, al sur de Eritrea, paraje inhóspito en donde los habitantes de la tribu nómada afar soportan las temperaturas más altas de la tierra que pueden alcanzar los 60º, hay que tener en cuenta que la media es de 34º. Su principal industria es la extracción de sal que todavía se corta a mano en losetas y posteriormente la transportan sobre los lomos de los camellos, en una larga caravana por el desierto.
A Danakil, se le conoce como “el infierno de la tierra”.
Por eso titulé la exposición: “Los viajes soñados”. No he estado en Etiopia, pero el tema llamó mi atención y capté imágenes y tomé apuntes de documentales que utilicé para informarme. Soy un aficionado a viajar y tengo pendiente la visita a ese país instalado sobre una grieta de la corteza terrestre que parece imposible que esté habitado por el hombre. He procurado ser fiel a mi estilo paisajista, al asomarme a la tela.
Cuando uno se planta frente a las joyas que Diego ha conseguido plasmar con sus témperas y acuarelas, te trasladas a un sitio donde se paró el tiempo y en el que se establece una larga travesía sobre los zapatos de la paciencia. El viento azufrado arremolina la arena y sus sucios ocres se reflejan en el ardiente suelo, y él, te seduce con pinceladas transparentes que se perpetuán como lejanos sonidos de los antepasados que hace siglos se asentaron en esos terrenos.
Hábleme de su afición a viajar.
Hemos viajado a numerosos lugares, al Desierto de Sahara en Túnez, a Turquia, visitando Ankara y Anatolia y utilizando el hospedaje en las Caravanserai, a Egipto varias veces para conocer la población Nubia afianzada a lo largo del valle del Nilo, Marruecos recorriendo también zonas de desierto, las casas Trogloditas y tratando con bereberes, pero hemos viajado por Europa, últimamente a Bélgica. En navidades siempre vamos a mi pueblo y tenemos previsto volar el próximo enero a Londres. Me apasiona aprender de la gente y de la diversidad de las culturas.
¿Y qué otras aficiones llenan el tiempo de Diego Conesa?
Cada fin de semana hago excursiones por la isla, pero leer me encanta y nunca he dejado de escribir. Hace poco he publicado un libro de relatos cortos y de pensamientos que he titulado: Tobogán de Impresiones y otros cuentos.
Abro el libro y me encuentro con una colaboración de mi estimado amigo Jaime Roig de Diego quién se manifiesta con múltiples admiraciones hacia Diego Conesa y escojo algunas; un libro luminoso, lleno de vida y actitud, relatos para leer y releer, y que remata a modo de consejo; yo de ustedes le haría un sitio en la biblioteca.
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¿Qué artistas están en su lista de admirables?
Me inclino por artistas actuales y cercanos. Me deleitocon mi paisano Pedro Cano, con Miguel Martorell, Luis Maraver, Pascual de Cabo, Jaime Roig de Diego, Jordi Poquet, Andreu Maimó, Jorge Mayet, Pep Girbent por ejemplo.
¿Qué planes rondan por su cabeza?
Como ya he contado, a la vista algunos viajes. Seguiré pintando y escribiendo porque preparo un segundo libro. Me ha funcionado muy bien el primero y quiero seguir enhebrando historias de pequeñas o grandes vivencias, de emociones o de impresiones, de luces y sombras.
En un recorrido ficticio, paseo por un bosque resplandeciente. Me planteo la misión de analizar los cromosomas de unas flores violáceas que surgen de la parte posterior de un mueble auxiliar, haré lo mismo con un soporte de madera recubierto de resina, lo mismo que con una víbora creada por la casualidad de las alteraciones de la naturaleza, lo mismo que por un lenguaje marino que salpica el extremo de la habitación, lo mismo que con tantas probaturas que suceden en el interior de la constelación en la que Diego navega, con su amor a la literatura y a los pinceles. Constancia queda de mi admiración por ese hombre humilde y risueño, capaz de desvelar lo efímero de una ensoñación, de construir un puente de ironía en días de provocación, de desvalijar los usureros depósitos de las religiones, de llevarnos a asistir a una caza de estorninos que el mismo Camilo José Cela hubiese firmado.
Él se quedó en su estudio con su mesa de delineante, el último espacio donde Francisca le fotografió, rodeado de materiales que reciclará para sus esculturas, de sus resinas, de obras de distintas épocas, de sus témperas normales y líquidas, de carteles y otros objetos que recuerdan un momento o una cita.
Nosotros partíamos con más páginas biográficas en la mochila y más fotografías para nuestra colección de álbumes artísticos.
Texto: Xisco Barceló
Fotografías: Francisca R Sampol