El 31 de julio de 2003 fue mi aparente día de gloria en las Naciones Unidas. España presidía ese mes el Consejo de Seguridad de la ONU que empleó una buena parte de ese periodo en discutir una enjundiosa resolución sobre el Sahara. Se llegó a un acuerdo finalmente y, como presidente, me correspondió dar el mazazo que proclamaba que el Plan Baker para el Sahara era aprobado por unanimidad.
El protagonismo de la trabajosa aprobación correspondió, para sorpresa de propios y extraños, a mi colega americano. Yo no tenía el poder -España no es una gran potencia- para convencer a algún reticente especialmente a Francia aliada de Marruecos en el tema. El estadounidense se empleó muy a fondo no sólo porque Estados Unidos debía estar harto de gastar dinero en los cascos azules de la ONU en el Sahara -Washington costea el 22% del presupuesto de la Organización- sino sobre todo porque el estadounidense Baker, que había parido el documento, tenía peso en el gobierno americano y había jugado un papel importante como abogado para que Florida llevara a Bush a la presidencia.
El Plan establecía inequívocamente que los saharauis eran los únicos que podían decidir su destino, es decir, que debían votar. El Secretario de la ONU, Koffi Annan bendijo el Plan a bombo y platillo. España lo votó siguiendo su política desde 1976: no incordiemos a Marruecos, pero dado que les dimos la administración del Sahara sin consultar a la ONU dejemos a la Organización mundial que decida cómo el territorio escoge su futuro.
El plan lleva 19 años durmiendo el sueño de los justos aunque la ONU ha reiterado en 2021 la necesidad de que los saharauis se pronuncien (resolución 2602) y los gobiernos españoles desde Franco hasta Rajoy, pasando por los intermedios, han sido fieles a ese principio. Zapatero, en su sempiterno adanismo, jugo de tapadillo la carta franco-marroquí, pero no se desmarcó abiertamente. Ahora Sánchez cruza el Rubicón, se quita la careta y abraza la tesis marroquí. Tan claramente que es Rabat quien anuncia el cambio de postura, no nosotros, y la prensa de nuestro vecino del sur saca caricaturas España como un toro derrengado dominado por fin por Marruecos. Imagen poco halagüeña.
Recordemos sucintamente que Sánchez se ha apartado de la doctrina de la ONU, del consenso existente en la política exterior española (aquí se fuma sendos puros dada su carencia de escrúpulos) pero también ha burlado el pacto con Podemos, también peccata minuta para él, y la postura oficial de su partido el PSOE del que está tan orgulloso. Esto debería importarle un poquito más. Sobre todo, tendría que tener en cuenta la posición de Argelia, mal enemigo donde los haya y más en aún en momentos de penuria energética. Pensar que Argel va a resignarse ante un triunfo de su gran rival y abandonar a los saharauis puede ser una quimera de Albares. En horas 24 China, que tiene el veto en la ONU, ha apoyado a Argelia.
Entonces, ¿que ha movido a Sánchez a dar ese giro histórico? No puede ser el adanismo, “yo fui el primero que cambió la política...” Sería infantil y de problemáticos resultados. Nuestro presidente nos metió, irritando a Marruecos, en el lío de Ceuta con su acogida a Gali el polisario, la decisión fue indudablemente suya, y ahora nos introduce en otro con Argelia. No sabemos que teme o que ha conseguido en un tema capital. Uno está tentado a pensar que nuestros servidos de inteligencia le han informado de que Marruecos quiere montar una marcha verde sobre Ceuta y Melilla aprovechando la Cumbre de la OTAN en Madrid y pulverizando esa foto que busca, por fin, con Biden y los capitostes otánicos. O le han dado cuenta de otro plan trapisondista marroquí. Quien montó la invasión de Ceuta o la Marcha verde no se va a detener en pequeñeces.
O bien, Sánchez ha obtenido una serie de concesiones de bulto de Rabat: garantías de que no habrá reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla en tres generaciones, apertura de esas fronteras, garantías sobre las Canarias y aguas territoriales. ...Y todo ello firmado y sellado en un documento, no en promesas etéreas. Es lo que debería ser, pero conociendo a nuestro presidente es improbable que la aparente bajada de pantalones ante Rabat haya tenido una contrapartida importante para España; no para salvar un apuro de nuestro presidente sino para España. Sánchez puede que haya vuelto a vender el Sahara a Marruecos, otra traición para los saharauis, pero me temo que, además, lo haya saldado. Lo haya dado por un precio irrisorio, por unas promesas vagas que pueden ser quebrantadas en un par de años, es decir, por un plato de lentejas. En resumen, olvida a los saharauis, rompe la política española de casi medio siglo, esquiva a la ONU por tres céntimos. Y por supuesto, mintiendo: Argelia no fue avisada.