Mucho antes de que existiera Elle Global Community y de que su presidenta, Kristin Hansen, tratara de acaparar la organización de los actos del Orgullo en Palma, ya había muchas mujeres, y hombres, que luchaban por defender los derechos del colectivo LGTBI. Lo sé bien porque yo era una de esas personas, y puedo asegurarles que es algo de lo que me siento especialmente orgullosa.
Y, sí, en ese grupo de pioneras, y pioneros, también había gente de pueblo, no solo de la capital. De pueblos más grandes y de otros más pequeños. De hecho, nadie preguntaba de dónde éramos o de dónde veníamos. El único aspecto que verdaderamente importaba era plantar cara a la intolerancia, la intransigencia y la falta de libertad.
Lo hicimos en unas condiciones muy diferentes a las actuales. Yo diría, sin querer restar ni un ápice de mérito a las organizaciones LGTBI de hoy en día, que eran también unas condiciones más difíciles, entre otras razones porque no existía el margen de visibilidad del que ahora disfruta, afortunadamente, el colectivo, ni se habían alcanzado las metas jurídicas y legales que se hicieron realidad más tarde.
No en vano, si los que militábamos en esas asociaciones hace veinte o treinta años optamos por aportar nuestro grano de arena a esta lucha individual y colectiva, fue, precisamente, para que todas estas mejoras, y muchas otras, se hicieran efectivas algún día.
Al mismo tiempo, fue la nuestra una batalla poco apoyada por las Administraciones públicas. No digo que algunas instituciones no nos ayudaran con pequeñas partidas, pero, desde luego, estábamos lejos de soñar con los 70.000 euros que, según las noticias publicadas en los medios de comunicación, destinó la regidoría de Justicia Social, Feminismo y LGTBI del Ayuntamiento de Palma a la finalmente cancelada Pride Week, organizada por Elle Global y su inefable presidenta.
En mi caso, tuve la oportunidad de participar activamente en varios movimientos feministas y LGTBI en los años 80 y 90, e incluso propicié la fundación de una asociación de mujeres lesbianas, Arco Iris, de la que fui su presidenta durante todo el tiempo en que esta entidad llevó a cabo su labor.
Por eso sé muy bien de lo que hablo, y puedo afirmar, con la cara bien alta, que nuestras banderas de reivindicación, de exigencia de igualdad, de dignificación de las opciones afectivas y sexuales, no tenían nada que ver con las que parecían presidir la hoja de ruta de la Pride Week.
Nuestra meta eran los derechos de las personas que sufrían a causa de la incomprensión de una parte de la sociedad; la meta del evento propuesto por Elle Global parecía tener más que ver con otros valores. Y no precisamente los de carácter solidario. Por ello, comparar la Pride Week con las iniciativas puestas en marcha históricamente en Palma para celebrar el Orgullo LGTBI, es como comparar un huevo a una castaña.
Desde este punto de vista, la decisión del Ayuntamiento de Palma de cancelar estos actos ha sido todo un acierto. Ahora bien, antes que el acierto, hubo el desacierto. Resulta difícil de explicar que en una legislatura que ha contado con una concejalía específica para temas LGTBI, se haya producido un cisma tan abrupto entre la Administración municipal y nuestro colectivo. Solo se puede entender este enfrentamiento si se tiene en cuenta que el Consistorio puso al frente de este departamento a alguien que no estaba capacitada para llevar adelante este reto.
Y no me refiero solo a su capacitación técnica. Me refiero, muy específicamente, a su talante. No se puede gobernar de la manera en la que lo ha hecho la exregidora Sonia Vivas durante los tres años que ha ejercido su cargo en Cort. En política, hay que dialogar, hablar, respetar, ser humilde, escuchar. Y eso es todo lo contrario a lo que ha hecho la edil elegida en las listas de Unidas Podemos, de quien su propio partido ahora también abomina.
Porque Sonia Vivas ha acabado peleada con el tejido asociativo LGTBI, pero también con el resto del mundo. Para mí su paso por la política ha supuesto una gran decepción, como mujer, como feminista y como lesbiana, tres conceptos que, para mí , y para otras muchas personas, revisten la máxima importancia y que la exregidora ha sumido en el cenagoso barro de su grotesco egocentrismo.
A partir de aquí, hay que pasar página, recuperar consensos, buscar de nuevo la concordia. Y aprender que no es posible organizar la celebración del Orgullo de espaldas a la sociedad civil y a los movimientos que representan al colectivo.
Eso es lo que han hecho Sonia Vivas y Kristin Hansen. Y así les ha ido.
Por lo demás, sirvan estas líneas para proclamar, como hacíamos ya muchos años atrás, ¡viva el Orgullo! Sintámonos orgullosas, y orgullosos, de este Día Internacional absolutamente imprescindible en los tiempos que corren.
Expresidenta asociación Arco Iris