Hacia una Mallorca sin industria
El cierre de la pequeña factoría que Pepsi tenía en el Pont d'Inca, precedido pocos años antes por el de la planta embotelladora de Coca-Cola, el de la panadera Bimbo, el de la fábrica de grifería de Teka-Buades, y el de tantas y tantas industrias de todo género, nos confirman que nos dirigimos hacia una Mallorca postindustrial, en la que los isleños no produciremos absolutamente nada aquí, lo que nos aboca a una dependencia absoluta del exterior.
A lo largo de cien años largos, los mallorquines hemos sido capaces de crear y cerrar todo tipo de industrias, desde la de fabricación de coches o motos a muebles, embarcaciones, maquinaria de hostelería, tejidos, calzado, cervezas y refrescos, pinturas o hasta detergentes.
Podrá decirse que, con industria o sin ella, una isla como la nuestra, con cerca de un millón de habitantes de media anual, y con períodos punta muy por encima de esa cifra, depende inexorablemente de los ferrys y cargueros que a diario descargan sus containers repletos de mercancías en el muelle. Es así.
Pero, seguramente porque nací en una época en la que Mallorca contaba todavía con un sector industrial relevante, ligado fuertemente a las necesidades del turismo y la hostelería, a mí este tránsito hacia el monocultivo de los servicios no deja de inquietarme.
Pronto dejaremos de producir electricidad por métodos tradicionales, como dejamos en su día de fabricar gas ciudad. Los cables y los gasoductos, que ya nos conectan con la Península, suplirán la producción propia, que quedará reducida a lo poco que los poderes públicos dejen crecer a las energías alternativas. Haste en eso son miopes.
En una situación de catástrofe natural que impidiera el normal desarrollo del turismo, aunque fuera pasajera, -¿recuerdan el famoso volcán?- lo íbamos a pasar realmente mal, porque hemos prescindido de cualesquiera alternativas económicas y laborales. Nuestra agricultura supone hoy apenas el 1% de nuestro PIB y nuestra industria, salvo un pequeño sector manufacturero ligado a las hostelería, lenta pero inexorablemente desaparece.
Tampoco somos un nodo por lo que hace a las nuevas tecnologías, la investigación -aunque hayamos avanzado tímidamente- o la creación.
Es la pura verdad: Todos vivimos del turismo, conscientes o no de ello. Solo que hubiera preferido que ese turismo consumiera productos salidos de nuestras propias fábricas. Y, desde luego, ninguno de nuestros gobiernos, fuera del color que fuese, ha hecho absolutamente nada para evitar la actual situación, de la que solo espero que no tengamos que arrepentirnos.