OPINIÓN

¡Qué calor!

Mallorcadiario.com

Armando Pomar | Domingo 11 de agosto de 2024

Este año, en España ya han muerto 1.300 personas por un golpe de calor. En el mundo, más de 50.000. En Baleares, son ya 14 las personas que han fallecido por un síncope de calor. Son datos fríos de una situación tan caliente que nos obliga a pensar. La gente se muere, también por el calor. Por el calor que su cuerpo soporta cuando no está en perfecta forma. La gente con deficiencias físicas, con edades tempranas y mayores, son las primeras víctimas del aumento de la temperatura del sol. Solo los que están en lugares frescos, con menos de 25 grados, pueden soportarlo. Pero no todo el mundo se puede permitir estar a la sombra. En muchos casos, como dice el Gobierno de España, no todas las familias se pueden permitir pagar el elevado coste de la energía eléctrica. Ni en verano, ni en invierno. Es lo que se llama pobreza energética. Se registra cuando el coste de la energía, es decir, de la luz y el gas, cuestan más del 10% de los ingresos del hogar. Según CÁRITAS, en Baleares, el 8 % de la población acude a sus oficinas en demanda de ayuda económica para pagar el coste de la luz. Si sumamos el resto de las pobrezas sociales, el registro oficial apunta que el 22% de los residentes en las islas, están en el límite de la pobreza. Suman más de 200.000. Esa pobreza social indica que las familias afectadas no han podido ni pagar escuelas de verano a sus hijos, ni irse de vacaciones unos días, ni ir a la playa cada dos por tres. Todo está carísimo. Claro, que nos queda la memoria para volver a los 70 y coger a la familia; preparar la comida: bocatas, ensaladas, bistecs empanados y fruta; llenar la nevera de plástico con cubitos de hielo y llevarse mesas, sillas y tumbonas a la playa. Se acuerdan cómo la gente criticaba a los peninsulares, con menos dinero, que se iban al pinar de Santa Ponsa a pasar el domingo. O en la playa de la Ciudad Jardín. Algunos viven mejor, pero no todos disfrutamos del verano. Hoy vuelven a la memoria los Rodríguez. Se acuerda, estimado lector, de los hombres, casi todos de las ciudades del centro peninsular, que se quedaban a trabajar en verano, mientras la mujer y los críos se iban a pasar un mes de vacaciones al pueblecito de la playa. Imagínense intentar repetir, hoy, aquellas escenas del Verano Azul. Por el contrario, las necesidades económicas y sexuales y la dependencia del consumo de drogas de los delincuentes han situado la ciudad de Palma en la lista de los mayores actos delictivos. Desde la violación con penetración, el secuestro, el robo con fuerza, el asalto en la calle, con agresión, el hurto y el tráfico de drogas nos sitúan por debajo de Barcelona, pero por encima de Madrid, Sevilla o Valencia. Y no se crean la mentira de que todos son delincuentes, inmigrantes de Argelia o Marruecos, que los hay. Son españoles, la mayoría residentes en Mallorca, algunos que llegan a las islas a delinquir, desde sus países europeos y los clásicos, conocidos y registrados, residentes en Son Banya y en Son Gotleu. Siento calentarles la cabeza con este tema, pero me ha parecido más veraniego que incendiar sus opiniones con los casos de la familia de Sánchez, o de Puigdemont, o de los Ministros del Gobierno de España. Y así nos va a todos.


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