OPINIÓN

El circo de la financiación lo dirige un trapecista

José Manuel Barquero | Domingo 07 de julio de 2024

El marxismo está de moda. Me refiero al de Groucho, no al de Karl. “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”, este es el lema abrazado por decenas de políticos capaces de expresar una idea y la contraria sin el menor rubor. No estoy hablando de cambiar de opinión, que en ocasiones es algo loable porque nos aleja del dogmatismo, sino de mantener dos tesis opuestas al mismo tiempo. Hasta ahora éste era un rasgo común en todos los discursos populistas, porque están construidos sobre una narrativa que no precisa de coherencia.

Por ejemplo, defiendes la Unión Europea para recibir subvenciones millonarias a tus productos agrícolas, y te ciscas en ella porque permite las importaciones desde países no comunitarios. Esto es un disparate, porque las subvenciones a la explotación se otorgan precisamente para compensar el efecto de las importaciones de países que soportan unos costes de producción inferiores a los europeos. No parece serio pedir el duro y las cinco pesetas, pero hay contorsiones ideológicas aún peores.

El funambulismo político ha terminado por salpicar también la estrategia y la acción de partidos tradicionales, con fatídicos resultados a medio y largo plazo. El último ejemplo lo hemos visto en Reino Unido, donde los conservadores han sufrido un batacazo electoral histórico tras abrazarse en los últimos años a personajes atrabiliarios como Boris Johnson, o libertarias despistadas como Liz Truss. A Rishi Sunak se lo ha llevado por delante el tsunami que comenzó a gestarse en tiempos de David Cameron, un niño pijo que decidió jugarse el futuro de su país en un referéndum como si estuviera en un local de apuestas en Kensington.

Hay una diferencia entre “cabalgar contradicciones”, como decía Pablo Iglesias, y tirar los dados cada día a ver qué sale. Me explico: Unidas Podemos pudo desplegar la bandera LGTBI en los edificios públicos que ocupó (con c) gracias a los votos populares que obtuvo. A su ascenso al poder contribuyó la financiación recibida de un régimen abiertamente homófobo como el de Irán. ¿Colgaría Ione Belarra a un homosexual por el cuello en la plaza del ayuntamiento de Pamplona, su ciudad natal? Rotundamente no, pero en los comienzos, en aquellos maravillosos años asamblearios de la Complu, hacían falta los dinerillos de los ayatolás.

Cosa distinta sería defender el orgullo gay en Madrid, y aplaudir latigazos a los trans en la católica y tradicional Navarra. Pues bien, esta es exactamente la paradoja que plantea Pedro Sánchez al hablar de la autonomía fiscal y financiera de las comunidades autónomas. Los socialistas defienden el cupo vasco y entran a formar parte de un gobierno de coalición con el PNV, mientras el “puto amo” denuncia una “competencia fiscal a la baja” de las comunidades gobernadas por el PP. Resulta curioso que la única institución que se opuso al dumping fiscal vasco para empresas fuera la Unión Europea.

Sánchez critica la supresión o la rebaja de los impuestos que gravan las sucesiones y el patrimonio. Según su teoría en Baleares sólo se mueren los millonarios. Es algo tan absurdo como pensar que todas las personas que pagan el Impuesto de Patrimonio son ricas. Marga Prohens cumplió una promesa electoral en sus primeros días de gobierno, una medida que beneficia a algunos contribuyentes acaudalados y a otros miles de ciudadanos de clase media que también heredan, menos que otros sucesores más pudientes, pero heredan.

Más allá de las cifras y las presiones de Sánchez a las comunidades donde los electores se equivocan porque no votan a su partido, la negociación de un nuevo sistema de financiación autonómico no llegará a buen puerto en esta legislatura por una razón. En España hay 17 comunidades y dos ciudades autónomas. De las diecinueve, catorce están gobernadas por el PP y tres por el PSOE, y coinciden en la reclamación de un trato igualitario, signifique eso lo que signifique. El País Vasco y Navarra no entran en la negociación gracias un concierto económico propio reconocido en la Constitución. Queda Cataluña, cuyos partidos independentistas, además de reclamar más dinero (como el resto), piden exactamente lo contrario que todas las demás comunidades, o sea, un trato no igualitario.

A estas alturas de la deriva soberanista, lo único inaceptable para ERC y Junts es el “café para todos” del 78. Sucede que Sánchez, federalista o jacobino según la audiencia, depende en cada votación de esos diputados para sacar adelante cualquier iniciativa política. Por eso, escuchar sus críticas a las bajadas de impuestos aprobadas por el PP porque “detraen ingresos para cubrir servicios básicos”, cuando primero indultó y ahora trata de amnistiar la malversación masiva de caudales públicos de sus socios catalanes, supone ejecutar un doble mortal con tirabuzón, una acrobacia política sólo al alcance de un intrépido trapecista al que una minoría de votantes le sostiene la red. El día que se rompa la crisma pagaremos todos los españoles.


Noticias relacionadas