Que la bandera de España cuelgue en una clase de adolescentes en Palma no debería ser un problema; y mucho menos, convertirse en el centro de un episodio tan lamentable como el protagonizado el pasado viernes por una profesora de catalán de La Salle que se negó a dar clase ante la bandera que los alumnos habían colgado en apoyo a la selección española de fútbol, propiciando finalmente la expulsión de los estudiantes.
La profesora que, desde su oposición de autoridad antepuso su ideología al derecho a la educación de los niños, apeló a la norma que el centro tiene sobre la exhibición puntual de este tipo de símbolos, que estaría restringida únicamente a los días en que haya competición deportiva. Los alumnos, por su parte, defienden que contaban con el visto bueno previo del tutor. Cabe preguntarse, en este punto, si la reacción de la profesora -activa militante en redes contra el uso del castellano en Mallorca y simpatizante en Twitter de Puigdemont- habría sido la misma ante la exhibición en el aula de una bandera de Argentina, de Brasil o del RCD Mallorca.
Rechazar la bandera es un mal ejemplo en las escuelas si lo que se pretende es fomentar la tolerancia y actuar de una forma no politizada. La profesora -y por extensión, el centro, que expulsó hasta este lunes a los alumnos- actuó con un criterio político concreto ante lo que era, sencillamente, una expresión de apoyo de los alumnos a la selección nacional en el Mundial de Fútbol. Acciones de este tipo no ayudan a desmentir, precisamente, que las aulas se hayan convertido en terreno abonado para el adoctrinamiento catalanista, con la supresión de todo aquello que no vaya en línea con lo que una parte nada despreciable del cuerpo docente propugna.
El centro, la Conselleria y la alta inspección educativa del Estado en Baleares harán bien en investigar los acontecimientos, incluido el tremendo ruido posterior en redes con posiciones de uno y otro lado en las que tampoco faltaron las amenazas directas a la docente, y que obviamente también son rechazables. Hay que aclarar la sucesión de hechos, si hubo permiso previo y determinar en consecuencia las responsabilidades que pueda haber, si bien nunca se debería concluir que el problema sea exhibir la bandera del país y mucho menos, pretender frustrar la ilusión de unos niños que quieren mostrar su apoyo a los deportistas que nos representan a todos.
Es en estas circunstancias -como ya ha pasado en anteriores ocasiones- cuando la bandera se convierte en lo que realmente debe ser, cuando sale a los balcones, fruto de un orgullo colectivo, alejado del uso político partidista que, a menudo, de un lado y de otro, se le quiere dar. Y en un colegio no puede sobrar.
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