El efecto de la “primera impresión” se viene estudiando en psicología desde hace años. Se investiga cómo en apenas segundos se forma el concepto sobre una persona basándose en características tales como la cultura, el género, el idioma, la voz… y por supuesto la apariencia física. Este último factor es algo que entra por la vista, y aunque la belleza es algo completamente subjetivo, el sintagma “lo bello es bueno” funciona en la mayoría de casos como un denominador común. Al formarnos un primer juicio sobre un destino turístico sucede algo parecido.
çVamos a olvidar la primera bofetada húmeda con olor a tabaco que recibe el viajero cuando se abren las puertas automáticas del aeropuerto de Palma. Como la mayoría de la población no fuma, podemos afirmar con cierta rotundidad que no es agradable, por no decir que resulta apestosa. Bastaría con prohibir los cigarrillos en ese espacio abierto, de la misma manera que no se permite fumar en la puerta de los colegios, de los hospitales o de las instalaciones deportivas. Pero no nos pongamos tan exigentes, porque se ha de reconocer que en el trayecto que transcurre desde que se abandona el avión hasta la salida del aeropuerto se ha ido preparando al usuario de esta infraestructura para lo peor.
Para empezar, los pasillos de Son Sant Joan exhiben un millón de muestras de nuestro chapapote autóctono, esa colección de manchas negras de chicle, supongo que imposibles de limpiar, y en las que nadie pensó al instalar ese tipo de baldosa en el piso. Estaremos de acuerdo en que no es la mejor imagen de pulcritud que se puede trasladar al visitante, ni tampoco al residente.
Esa sensación un tanto mugrosa no se atenúa al contemplar un nuevo invento. Se han instalado unos paneles que funcionan a modo de corchera de habitación adolescente, donde los turistas colocan las pegatinas que les parecen oportunas, o que les sobran en su equipaje de mano. Alguien debió pensar que es mejor concentrar los adhesivos en puntos habilitados para ello, como el municipio que levanta un muro ex profeso para que se pinten en él los grafitis. Pero la ocurrencia otorga en ese punto al aeropuerto un aire de garito alternativo, de sótano berlinés dedicado a la cultura underground. Que está muy bien lo marginal, no digo yo que no, pero quizá el aeropuerto de una de las islas más visitadas del mundo no sea el mejor espacio para mostrarlo.
Tampoco esas pegatinas son lo peor. La publicidad abrumadora, de gran formato y escaso gusto, que se exhibe en el aeropuerto de Palma, contribuye a trasladar una imagen cutre, de destino chancletero en el que vale casi todo. ¿Es necesario forrar unas columnas gigantescas de naranja chillón, el color corporativo de una compañía de alquiler de coches? ¿Hace falta colgar unos hinchables descomunales en forma de llave de un vehículo, para que se vea mejor la marca? Aprovechar como expositor comercial cada metro cuadrado de la principal puerta de entrada a un destino turístico, lanza un mensaje implícito de permisividad y sobrexplotación de ese territorio.
Son Sant Joan, el tercer aeropuerto de España por número de pasajeros, se ha convertido en una colosal máquina de recaudar, algo que no parecen el primero y el segundo, Barajas y El Prat, o al menos no con la misma intensidad. Esto es evidente para cualquier usuario, aunque que no sea experto en marketing o comunicación. Esa imagen de parque temático barato es incompatible con el mensaje de calidad que tanto se esfuerzan las administraciones y la industria turística en trasladar a los mercados. Podemos acudir a todas las ferias del mundo a contar las maravillas de nuestras playas, del entorno natural, del patrimonio cultural y la gastronomía, pero la “primera impresión” resulta contradictoria con todo ello, y por tanto demoledora.
En lugar de explicar este problema a los gestores de AENA, y tratar de resolverlo, los más soñadores pueden seguir reclamando a Madrid la cesión de la gestión aeroportuaria, algo que aún no ha conseguido ni el independentismo catalán con toda su actual capacidad de chantaje sobre el Sánchez más débil que hemos conocido. Es más divertido, y también inocuo, alimentar el debate sobre el nombre del aeropuerto. Ahora que se está disparando el número de visitantes norteamericanos, mi propuesta pasa por hacer un homenaje a la banda de rock estadounidense Guns N’Roses, y que la infraestructura pública más importante de Baleares pase a llamarse Aeropuerto de Palma de Mallorca Welcome to the Jungle.