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Mallorca y Catalunya, lenguas distintas

Por Jaume Santacana
miércoles 07 de agosto de 2024, 04:00h

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Hace un par de días, exactamente dos, a un amigo, muy amigo, muy amigo, casi íntimo pero sin roce (de momento), le robaron el móvil en Barcelona. A ustedes, amables lectores, no les puedo engañar: cuando mi amigo, muy amigo, me confesó que había sido víctima de tal acto delictivo, una sonrisa iluminó mi rostro. Mi amigo, muy amigo, es mallorquín; de Capdepera. En el interior de mi pequeño cerebro —pequeño pero matón— sentí como una especie de satisfacción (llamémosle placer) al saber que a un mallorquín de Capdepera le habían requisado su teléfono. Soy catalán de pura cepa (antecedentes conocidos desde 1532) y cuando un mallorquín tiene un percance (sobre todo si se produce en Catalunya) una alegría incontenida invade mi espíritu; no lo puedo evitar.

Tengo un problema con mi amigo, muy amigo: nos conocemos desde hace unos diez años y hemos mantenido miles de horas, sí, miles, sí, de horas, sí, de conversación. Debo confesar que jamás, jamás de los jamases, he entendido nada de lo que me ha contado; comprenderlo, algo sí, pero entenderlo, nada de nada. Me habla en una especie de catalán anticuado —como los sefardíes en español— que no alcanzo a pillar. Folklòricamente hablando, su sonido me resulta peculiar y, hasta a veces, divertido o incluso algo cómico, pero el caso es que no hay manera de entendernos. El día, hace dos, que le robaron el móvil, estuvimos más de cuatro horas hablando y sólo me enteré de que se lo habían robado. Su lenguaje, el que emplea habitualmente con la gente de Capdepera, me suena a suahili (que por cierto, suahili en suahili, se llama Kiswuahili, la lengua que utilizan los bantús...). La lengua pues de Capdepera es fonéticamente exagerada, suena a rural y se expresa a bocajarro, como si sus usuarios estuviesen muy cabreados. Ahí lo dejo.

Él, pobre ingenuo, debe de creer que nuestra lengua es común, pero no hay manera de explicarle que estamos hablando en dos idiomas —sí, idiomas— distintos: el catalán y el mallorquín. Yo, un servidor, que soy fanático seguidor de las tesis que defiende la OCB (Obra Cultural Balear) —perdón, quería decir el CB (Círculo Balear)— intento que comprenda que, siendo las nuestras lenguas diversas, es del todo imposible que nos entendamos. Pero mi amigo, muy amigo, erre que erre con su perra. Eso crea situaciones que devienen incómodas por ambas partes. A los catalanes, eso no nos pasa en Menorca, donde la gente es más comprensiva (y, curiosamente menos isleña y, por lo tanto menos aislada y arcaica).

He conocido, durante mi transcurso vital, algunos mallorquines de férreas convicciones isleñas y, algunos de ellos, me han demostrado su animadversión hacia los catalanes. Y tienen razón, ¡que coño! Les invadimos cuando Jaime Primero, les matamos unos cuantos moros malos (que no estorbaban para nada) y nos creímos que éramos los putos amos de la isla. Yo, como catalán de pura cepa (desde 1532, ya lo he comentado), debo pedir disculpas —casi perdón— por esta tonta afición catalana a quedarse con todo lo que se le pone por delante, afición que viene de antiguo... y si no, fíjense en los Almogávares que, hacia 1300, arrasaron el Mediterráneo llegando a izar la bandera catalana hasta en el Partenón de Atenas. Si esta peña salvaje toca tierra en Santa Ponça, hoy no existirían ni los hoteles Meliá, ni el carrer de Sant Miquel en Palma, ni Raixa, ni el tranvia de Sóller, ni las ensaïmadas, ni las sobrasadas, ni los “frankfurt's” para guiris alemanes, ni guiris alemanes, ni Magaluf, ni las Quelitas...

Y, como consecuencia de lo dicho, proclamo fervientemente que la lengua catalana no tiene nada que ver con la mallorquina (vaya salvajada lo de la unidad de la lengua —que, por cierto, mi amigo, muy amigo, cree a pies juntillas). Hablamos y escribimos dos idiomas que no tienen nada en común (bueno, quizás algún acento…). Por ese motivo me gustan las tesis políticas que apoyan ciertos grupos, hoy palamentarios, con la finalidad de crear la Reyal Acadèmi de sa Llengo Balèá, institución que deja claro, de una vez por todas, de que ambas lenguas —la catalana y la mallorquina— no tienen nada que ver; es decir, que se parecen como un huevo a una castaña. Así pues, mi absoluta adhesión a esta magna y científica propuesta, cargada de lógica, de ciencia y de rigor científico.

Lamento profundamente la pérdida del móvil de mi amigo, muy amigo; pero por otro lado, como catalán, pienso que —mira tú que bien— un móvil mallorquín menos. Si se lo ha robado un catalán, no le servirá de nada; no lo entenderá. Debé haber sido un subsahariano, seguro.

Amigo, muy amigo: cómprate otro y utiliza el castellano que es nuestro idioma común. ¡Aprende de una vez!

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