Pilar Ferrer de Sant Jordi y Montaner nació en el seno de una familia tradicional, cristiana y con unos principios bien sólidos. Lejos de lo que creen muchos, tradicional no es incompatible con libre, ni católico con tener don de gentes, sino más bien todo lo contrario. Ella fue criada en un ambiente de respeto, generosidad, amor y humildad y es por ello que supo poner a la cola sus propias prioridades y dedicar su vida al prójimo. Nada le hacía más feliz que hacer feliz a otro, lo que no deja de impactar en nuestros días donde la “nueva era” da importancia al individuo y a hacer lo que le apetece a uno en cada momento potenciando el egocentrismo... y los demás que espabilen!
Personajes que son brillantes en el trabajo, pioneros en su profesión, cerebritos andantes o excelentes profesores hay bastantes (algunos conocidos y otros tantos que viven en el anonimato); al contrario, personas que realmente son bondadosas y que se sacrifican por ayudar a los demás aunque por y para ello deban ir a contracorriente, no hay en cantidad.
En casa, nuestra tía nos sorprendía a todos en las sobremesas con sus nuevas y variopintas teorías procedentes de la Universidad y nos hacía pasar muy buenos momentos con sus opiniones siempre interesantes (aunque a veces no compartidas por el resto de comensales). Rebosaba sabiduría, experiencia y coraje, pero todos teníamos muy claro que ella se creó su propio personaje para sentar cátedra en su paso por la facultad. En realidad, era la única manera de poder cumplir sus sueños porque si todos sus compañeros hubieran sabido que era católica (sí, iba a misa los domingos y fiestas de guardar con nosotros), de linaje noble (la conocían por Pilar Ferrer “a secas”), provida, pro-personas, amante de la caza y de la pesca en buena compañía y que vivía en una casa totalmente opuesta al minimalismo y con cubertería de plata, quizás otro gallo hubiera cantado. Nunca lo sabremos.
Y la verdad es que gracias a esta vida tan plena que tenía, pudo ser así de generosa con amigos y no tan amigos, conocidos y desconocidos, alumnos, familiares, parturientas y cualquier persona que en algún momento necesitara algún favor o simplemente pidiera ayuda. Movía cielo y tierra sin darle importancia al tipo de persona que tenía delante.
Así que sólo me queda agradecer de corazón en nombre de la familia a todas las personas que han hecho posible que a tía Pilar se le otorgue la Medalla de Oro de la Ciudad de Palma; gratitud tanto hacia los particulares que han promocionado la propuesta y los que han votado a su favor, como hacia el Ayuntamiento de Palma en general.
Pilar Ferrer de Sant Jordi y Montaner nunca dejó a nadie indiferente. Brillaba con sólo estar.
María de la Concepción Homar y Ferrer