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Mas no es ni Moctezuma ni Atahualpa

miércoles 13 de agosto de 2014, 19:03h

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Ya a las puertas del 11 de Septiembre, el proceso soberanista pinta mal en Catalunya. El president Más (que se juega la cárcel, que nadie lo dude) sigue adelante con su intención de convocar la consulta. El PP recurrirá al Tribunal Constitucional que también, a no dudarlo,  la prohibirá. No hay lucidez en estas horas inciertas.

El siguiente paso, el más delicado de todos, es que la Generalitat llame a las urnas aunque el Constitucional lo prohiba. A partir de este punto todo es posible, desde la intervención y suspensión de la autonomía catalana hasta la detención de su presidente. Tenemos por delante una docena de semanas vertiginosas, tal vez las más delicadas desde la recuperación de la democracia en los años setenta.

Nadie frena esta espiral, que lejos de calmarse se está crispado a raíz de la ofensiva del Estado central contra Jordi Pujol y su familia. En Madrid se creen que cortándole la coleta a un mito el pueblo que lo veneraba se disolverá como un azucarillo en sus aspiraciones soberanistas. En Madrid ignoran que no son los mitos los que vertebran a los pueblos, sino los pueblos los que construyen sus totems para mantener su vertebración. Y si les destruyen uno, levantan otro.

Estas tácticas de cortarle es pescuezo al cacique del territorio a domar le produjeron réditos importantes a España en el pasado remoto, pero suenan a contraproducentes en pleno siglo XXI, donde los clarines del miedo adquieren un efecto mucho más limitado, entre otras cosas porque los ciudadanos son más maduros y saben distinguir escándalos ligados a la corrupción de jugadas políticas, por otra parte más viejas y archisabidas que la crucifixión.

La táctica del pescuezo para arrancarle la ilusión a un pueblo le funcionó de maravilla a Hernán Cortés cuando se cargó a Moctezuma y dejó espantados y arrodillados a los aztecas. Algo muy parecido hizo Pizarro con Atahualpa en Perú. En el siglo XVI, pese a tener que arrastrar durante siglos la Leyenda Negra, España fundaba capitanías generales en América como churros siguiendo la misma estrategia de poner en adobo al líder y haciendo temblar a todos los demás. Naturalmente, al jefe le acusaban de infiel y le cargaban de cadenas mientras hacían empollar la Biblia al resto de indígenas y les ponían a rezar. Y el que se resistía era desplumado sin remedio.

Por mucho que en Madrid, capital del navajazo político, todavía se crean que estas tácticas seculares les van a dar resultado, la impresión es que esta vez les puede salir el tiro por la culata. Es ilógico creerse que trinchando a Pujol podrán frenar y diluir un proceso en el que están en juego sentimientos muy íntimos de todo un pueblo como es el amor a una lengua, a una cultura y a unas señas de identidad irrenunciables que derivan en su conjunto en una absoluta fe ciega en el autogobierno.

Estos valores son muy difíciles de comprender en Madrid, que quiere frenar el anhelo soberanista pero carece de modelo alternativo que ofrecer. En tiempos de Cortés y Pizarro tenían la cruz y la espada. Ahora no encuentran la fórmula, que en democracia no es otra que el respeto, la tolerancia y acabar con el drama histórico del abuso del centro sobre la periferia.

Con ideas del siglo XVI resulta imposible enfocar con solidez los inicios del Tercer Milenio. Y mucho menos si se retoma el camino del garrote. Siempre, en el caso Pujol, se puede afirmar que se trata de decisiones judiciales contra las que nada se puede hacer. Pero conviene no olvidar dos puntos. Primero: las investigaciones contra los Pujol Ferrusola provienen de diferentes Ministerios. Y segundo, que el PP no está para tirar cohetes a la hora de buscar la viga en el ojo ajeno. Rajoy es el único presidente del planeta que continua siendo presidente teniendo al tesorero en la cárcel. Mejor sería dejar de lado estos asuntos que airearlos sólo cuando se trata del prójimo.

Madrid no tiene una visión ni un modelo equilibrado de España. Los tiempos en que todo lo importante se decidía a orillas del Manzanares han pasado para siempre. Madrid no se resigna a dejar de ser el centro de atracción de España. Este es el auténtico punto neurálgico de este contencioso.

En la capital la cuestión catalana se ha tomado como una ofensa.  En el Paseo de la Castellana saltan las chispas de la ira. Mientras, sorprende la tranquilidad con que se toma el proceso catalán en el resto de la periferia española. Muchos la ven como un acto de digna rebeldía contra un centralismo cegato y abusón.

Si la unidad de España se salva tras el actual proceso con un acuerdo in extremis, lo importante es extraer la lección de que hay que ir hacia un nuevo modelo de Estado donde las comunidades más dinámicas de la periferia asuman su papel de liderazgo. Ahí está la clave.

Madrid no debería cometer el error de creerse que Mas es Moctezuma o  Atauhalpa. Si procede así, provocará un fuego que será muy difícil de apagar. Y demostrará una falta de capacidad de análisis político descomunal, como si se hubiesen quedado anclados mentalmente en el siglo XVI.
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