No hay manera de negarlo: nos hemos vuelto inhumanos. Está claro que aprovechamos cualquier oportunidad para criticar y denunciar salvajemente. Somos los nuevos inquisidores, y ni siquiera respetamos los sagrados espacios de la familia o el amor. «Lo que no puede ser es que las parejas de políticos y políticas no tengan derecho a comer», se quejaba amargamente Isabel García, directora del Instituto de las Mujeres, y es un lamento pertinente que nos pone ante el espejo de nuestra propia crueldad. Resulta que ella y su pareja han recibido al menos 64 contratos adjudicados a dedo por ayuntamientos del PSOE. Se trata de contratos públicos para la gestión de Puntos Violeta y otras actividades con las que facturaron más de 250.000 euros en dos años. ¿Y bien? ¿Justifica eso que nos abalancemos como buitres? Isabel García ha dejado claro que cumplió escrupulosamente la ley de altos cargos porque tiene menos del 10% de participación en las empresas que recibieron los contratos, y lo puede afirmar con seguridad porque ella misma vendió el resto de participaciones a su pareja en marzo. ¡Pues ya está! Y si refunfuñamos y respondemos que lo que la ley pretende es evitar conflictos de intereses entre la actividad pública del alto cargo y sus negocios privados, y que la transmisión de participaciones dentro de la pareja no ha alterado en absoluto esa situación, demostraremos que somos unos tiquismiquis y unos histéricos.
Esta insana ferocidad es la misma que se ha empleado con la mujer de Pedro Sánchez. Él mismo lo detectó, y dejó en evidencia a Feijoo: «ustedes quieren encerrar a las mujeres en las cocinas». Exacto. Puro machismo. ¿Es que no es normal que Begoña Gómez haya proseguido con su exitosa carrera después de que Sánchez haya ocupado la Moncloa? ¿Qué más da que firmara cartas de recomendación para empresas que optaban a contratos públicos? ¿Por qué tendría que influir en los órganos de contratación una recomendación de la mujer del presidente? ¿Y tenemos que sospechar la existencia de contraprestaciones por parte de las empresas que recibían los contratos hacia la familia presidencial? ¿Es que siempre tenemos que ser malpensados? Ah, y si recibían a los empresarios en Moncloa, y el propio presidente se pasaba para saludar, era por no perder tiempo en desplazamientos, que tiene la agenda muy ocupada. Economía procesal, podríamos decir. Además es normal y saludable que el presidente se reúna con empresarios punteros. Fíjense en Barrabés, cuya facturación se multiplicó por ocho tras la primera reunión en Moncloa. ¿No es esto un éxito en la promoción empresarial por parte del presidente?
Pero es que la inagotable maledicencia se extiende también hacia el hermano de Sánchez. ¿Que no paga impuestos en España? ¡Porque reside en Elvas, una ciudad preciosa de Portugal! ¿Y quiénes somos nosotros para criticar que tenga acciones del BBVA por valor de 1,4 millones de euros? ¿Es que nunca le ha ocurrido a usted? Y si el Instituto Cervantes le financió una ópera en Japón, en la que los nativos interpretaron flamenco, pues muy bien. Esto es promoción de la cultura española, y no vamos a creer que el Cervantes analiza quién es hermano de quién cuando asigna sus fondos.
El origen de esta ira malsana está en los bulos. La fachosfera mantiene una serie de pseudomedios desde los cuales propaga desinformación, y con eso consigue que la opinión pública, de una manera inmerecida, sea hostil a Sánchez. Incluso la Universidad Complutense se ha intoxicado, y ahora ha pedido al juez que investigue unas facturillas de Begoña Gómez que apenas superan los 100.000 €. Qué tontería, qué excesivo formalismo. La democracia tiene que defenderse, y es normal que Sánchez quiera regenerar y sanear un ecosistema mediático tan hostil. El gobierno debe controlar los medios, favoreciendo económicamente a los que difunden las noticias adecuadas y penalizando a los que obstaculizan el progreso. Y si usted no entiende esto es que está totalmente contaminado por la máquina del fango. No se preocupe, que acabará viendo la luz.