Ya lo decía el gran Tomeu Penya en aquel disco de 2018. “Mallorca, s’enfonsa / Mallorca s'enfonsa per endins / Mallorca s’engronsa / Si no posem ordre / Tots farem un esclafit”. El terrible suceso del pasado jueves en Platja de Palma solo pone de manifiesto que el modelo que tanta riqueza ha dado a esta comunidad ha estallado en mil pedazos. No podemos seguir sobrecargando un territorio limitado a toda costa. Hay que pensar en el futuro: en la isla del mañana.
Cuando pienso en qué Mallorca le dejaremos a nuestros hijos, solo veo un panorama desolador. Un lugar donde solo podrán seguir viviendo los afortunados a los que sus padres o abuelos les hayan podido dejar alguna propiedad en herencia. El resto se verán obligados a dejar su casa, la tierra que les ha visto nacer y emigrar hacia otros lugares. A dejar su paraíso.
Poner freno es vital. Pero frenar aunque se llegue tarde es mejor que estamparse a 140 km/h. Y parece que ahora sí, las instituciones se lo han tomado en serio y coinciden en la necesidad de poner fin a este modelo turístico, a empezar poner límites. Queremos un turismo que quiera a estas Islas, las respete y las cuide. No queremos low cost, happy hours, botellones en la playa y excesos como los de Punta Ballena que cada temporada acaparan portadas de la prensa internacional.
Los mallorquines, por carácter, no somos de manifestarnos, somos más de aguantar y callar. Pero ahora la gente está harta, cansada, asqueada y enfadada. Tenemos una oportunidad única para hacer bien las cosas. Menos es más. Hay que apostar por un turismo de calidad que consuma menos y aporte más riqueza. Debemos encontrar un equilibrio para seguir comiendo pero seguir viviendo. El paraíso es nuestro y de nosotros depende que lo siga siendo.