Dice el profesor argentino Marcelo Gullo, autor de “Madre Patria”, que la balcanización española comenzó en 1640, con la separación de Portugal, y que aún no se ha detenido. Esta balcanización, auspiciada por las potencias del momento -primero Inglaterra, Francia u Holanda; después, Estados Unidos o la URSS- por sus intereses geopolíticos, es una estrategia frecuente en las rivalidades entre Estados-nación.
Es comúnmente sabido que la propia España y Francia apoyaron a los rebeldes americanos en su guerra de independencia frente a Inglaterra, del mismo modo que Alemania favoreció el desmembramiento de Yugoslavia (de donde procede el término ‘balcanización’), Estados Unidos el de la URSS, o los vencedores de la Primera Guerra Mundial el del Imperio Austrohúngaro. Fragmentar a la potencia rival es una forma relativamente sencilla y barata de debilitarla.
En el caso español, la fragmentación no se habría detenido aún, pues continuamos sufriendo presiones disgregadoras, tanto en la España europea, como en la americana, donde se continúa impulsando un movimiento indigenista que hace peligrar la integridad de Estados como Bolivia, Perú, Chile o incluso Argentina.
La estrategia es aún más exitosa si se combina, en palabras de Gullo, con la ‘subordinación cultural’, ‘poder blando’ o ‘imperialismo cultural’, por el que la potencia dominante influye y controla la cultura e ideologías imperantes en las naciones sometidas, que así convierte en colonias a su servicio. Por ejemplo, reescribiendo la historia de dichas naciones, y cambiando de este modo su autopercepción; la idea que tienen de sí mismas, hasta olvidar su propio ser.
Así, en nuestro caso, se inocula un odio visceral hacia España entre los españoles americanos, o entre los españoles catalanes, vascos o baleares. Fundado en hechos falsos o tergiversados, como estamos cansados de comprobar. En el caso de México, por ejemplo, tenemos a su presidente López-Obrador, de evidente ascendencia hispana, exigiéndonos pedir perdón por la “conquista” -en realidad, liberación de los pueblos sometidos a un imperialismo caníbal azteca que sacrificaba en sus templos a miles de personas entregadas como tributo por los pueblos sometidos, para luego zampárselos. Sin embargo, los mexicanos han olvidado cómo Estados Unidos, poco después de la ‘independencia’ mexicana, les arrebató por la fuerza la mitad de su territorio (incluyendo California y su oro, o Texas, y su oro negro). Cabe recordar que México (Nueva España), antes de su separación, era más rico que las Trece Colonias inglesas. El territorio que le fue usurpado ayudó al despegue norteamericano.
Ahora andan derribando estatuas españolas y quejándose del oro que robamos, pero ¿a que no han reclamado a Estados Unidos el oro de California (y California misma)? ¿A que nadie cuestiona la leyenda rosa que nos han vendido en los ‘westerns’ de la conquista de un Oeste vacío, cuando en realidad, como ha explicado Elvira Roca, “Gerónimo hablaba español” y portaba un rosario? ¿Por qué no se piden cuentas a Estados Unidos por el genocidio -éste bien real- de los indios norteamericanos, incluyendo pueblos alfabetizados y evangelizados por los españoles, que fueron expulsados de sus tierras ancestrales y masacrados? Pues porque es la potencia hegemónica y se impone no sólo por la fuerza, sino también por la cultura y las ideas, que aquí nos hemos tragado con avidez.
Toda la historia de España que hemos estudiado, no digamos la que se estudia hoy, está tan falsificada, incluso en el franquismo, que hemos olvidado lo que era España. Gullo, como Roca, distinguen entre imperio e imperialismo. La política imperial, como la romana o la española, asimila los nuevos territorios y los incorpora al imperio en igualdad de condiciones. Hispania dio a Roma varios emperadores, como los Reyes Católicos protegieron a sus nuevos súbditos americanos y promovieron los matrimonios mixtos, adelantándose cuatro siglos a los anglosajones. La política imperialista, en cambio, explota a los pueblos que somete, y puede ser exterior, esclavizando a otros pueblos, o interior, explotando a sus propios súbditos. Y en eso estamos, en el imperialismo exterior e interior. Ambos viven a nuestra costa.
Es preciso rescatar nuestra historia de esa maraña de mentiras, por amor a la verdad y a los “españoles de ambos hemisferios”, como decía la Constitución de Cádiz. No debemos tener miedo de recordarlo. No podemos estar siempre a la defensiva frente a estos nacionalismos separatistas. Si le conceden a la lengua tanta importancia en la conformación de una nación, quizás no les falte razón. Quizás la nación española siga ahí, en los dos hemisferios que comparten la lengua española, esperando ser recordada. Quizás a estos nacionalismos separatistas se podría oponer otro proyecto que genere ilusión; un proyecto positivo, de concordia, incluso de unión. De re-unión. Quizás ya esté bien de seguir mansamente arrodillados y sea hora de ponerse en pie para retomar nuestro sitio en el concierto
internacional.
Libros como “Madre Patria” de Gullo, “Imperiofobia” de Elvira Roca, o el documental “España, la primera globalización”, apadrinado por ambos, y que se estrenará en los cines el 15 de octubre, podrían encender la chispa.