La Virgen de la Cueva
lunes 13 de julio de 2015, 18:40h
Que llueva, que llueva…! Cuando un servidor gozaba de pelo natural sobre el cráneo, la dentadura era inexpugnable y los años no alcanzaban edades grotescas, el pueblo, en España, era mucho más crédulo y el respeto por las leyes católicas poseía rango de sagrado. Así, el prisma bajo el que se miraba el mundo estaba teñido de conceptos religiosos que tanto servían para un fregado como para un barrido. Se solía orar para dar gracias por alguna concesión celestial o para solicitar algún favor a la Troica divina así como a la Virgen que estuviera de turno. En aquellos tiempos de fervor popular existían dos remedios infalibles (uno de ellos relacionado con la religiosidad) para intentar la finalización de una sequia persistente; pertinaz, en la nomenclatura oficial del Régimen que protagonizó Su Excelencia el Generalísimo Franco. Uno de ellos consistía en tirar cohetes rellenos de yoduro de plata hacia la bóveda celeste con el fin de provocar la siembra de nubarrones y, de este modo, acercarse a la posibilidad de lluvia. Parece ser que este elemento químico favorecía la formación de cumulonimbos que precedían a la descarga de agua (y, en ocasiones, también de granizo…). El segundo remedio – menos expeditivo y menos científico pero con mayor poder de convicción divina- consistía en la realización de rogativas: se trataba de sacar a la calle las imágenes de santos o vírgenes y pasearlas a hombros, en procesión, por las calles del pueblo o, si se prestaba, por los campos secamente miserables. Dichos actos litúrgicos iban acompañados habitualmente por rezos y cánticos en los que se suplicaba a las altas esferas que dieran luz verde a la posibilidad de riego natural. No estoy seguro de la funcionalidad y de la eficacia de ambas acciones pero lo cierto es que la gente no dudaba en su práctica. Supongo que, a veces, la cosa era como cuando alguien se tira horas rezando para que una persona no se muera y va y se muere (la persona, no el alguien). Hoy en día, las costumbres de este tipo se han ido diluyendo en el tiempo y el pueblo se consuela con las estadísticas globales que anuncian el calentamiento –o bien el enfriamiento- del planeta y, como consecuencia de este hecho, ya nadie duda de que este fenómeno es irreversible y, por consiguiente, no es necesario actuar. Es la globalización. El excelente periodista Fernando Ónega, gallego él como el que más, cree que la meteorología es enemiga de la religión y se formula una pregunta que yo me hagó mía: ¿No se hacen rogativas porqué las informaciones meteorológicas que ofrecen las teles las convierten en inútiles…o no llueve porqué no se hacen rogativas”? Con el bochorno estival que estamos padeciendo – y que crea monstruosas imaginaciones como la de proponer girar Son Moix (¡Diós: baja y compruébalo tu mismo!) – no está de más realizar ejercicios mentales sobre la base de algunas preguntas; meteorológicas, en este caso que nos ocupa.