A mis 47 años, con dos trabajos, un hijo que aún no ha cumplido los cuatro y con una pandemia a la espalda, me ha dado por volver a la universidad. En realidad me dio a los 46, porque voy por el tercer semestre del Grado de Comunicación (después de toda una vida de ciencias). Y claro, con mi trajín laboral y familiar, más las restricciones vividas, lo de estudiar presencialmente como que no, así que me embarqué en la UOC, donde todo es telemático, digital y adaptado al aroma de tu hogar. Y anda que no ha cambiado el cuadro desde mis tiempos mozos en la Politécnica de Sevilla.
Por mi situación, claro está, y porque ahora todo es email, foro y «pedeefe». Hasta la cafetería es online, en forma de grupo de WhatsApp, y de esos tengo al menos uno por asignatura, más los de trabajo en grupo y los de motivos varios. Y la mayoría son una jaula de grillos, sobre todo cuando se acercan las fechas de entrega.
La parte buena es que puedo acceder a todo cuando quiera, según lo que mis trabajos, la pandemia y sobre todo mi hijo que aún no ha cumplido los cuatro, me permitan. Y la parte mejor es la mezcla de vivencias, porque en todos esos grupos coincidimos cientos de personas: quienes están en mi misma situación con quienes no llegan a los veinte, quienes viven a mi lado con los que están a miles de kilómetros, los que hablamos español con quienes tiran de sus lenguas vernáculas (euskera, català, valencià o galego), una mormona y quienes nunca intervienen y solo escuchan. Y todos nos entendemos. Y hasta nos ayudamos.
Y quieras que no, se agradece tener una universidad de la vida dentro de la universidad. Así se aprende más y mejor. Y anímense, porque nunca es tarde para hacerlo (o volverlo a hacer).
Quike Ramírez