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De vacunas y libertades

Por Gabriel Le Senne
jueves 12 de agosto de 2021, 05:00h

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El secreto de la felicidad es la libertad, y el secreto de la libertad es el coraje” (Tucídides). Recibo esta sentencia a través de Julio Ariza, justo cuando medito si atreverme a escribir este artículo. Cuando empecé a escribir me propuse no autocensurarme nunca: o escribo para tratar libremente los asuntos más importantes en cada momento, por delicados que sean, o esto no tiene sentido.

Y hoy el coraje creo que está en señalar los riesgos de esta estrategia de vacunación a ultranza que se nos está imponiendo de forma muy extraña, como extrañas han sido tantas cosas desde que empezó esta epidemia.

Antes de nada, recapitulemos: a finales de 2019 aparece el virus en Wuhan —hijo de un pangolín y un murciélago, según unos, producto de la mano del hombre (o la mujer) chinoamericano en el laboratorio de virología que justamente existe en Wuhan, según otros—; en marzo de 2020 nos encierran por tres meses —ahora sabemos que se actuó tarde, inconstitucional y exageradamente—; a continuación nos sueltan con una serie de medidas variables y a menudo absurdas que denominan en todo el mundo “Nueva Normalidad”; hacia finales de 2020 llegan las deseadas vacunas, que monopolizan y distribuyen los Estados; y por último surgen las variantes que disminuyen la eficacia de las vacunas.

Parece que las vacunas han demostrado hasta la fecha cierta eficacia protectora. Ahora bien, países que lideran la tasa de vacunación, como Israel, continúan teniendo brotes de la variante delta. De modo que parece claro que las vacunas no van a acabar con el virus, con el que tendremos que aprender a convivir, como con la gripe y tantos otros. Por eso llama la atención que se pretenda vacunar a toda la población, incluso obligatoriamente. Últimamente se pone el énfasis en menores y embarazadas.

Sin embargo, médicos como el Dr. Zelenko, promotor de un cóctel de medicamentos para tratar la enfermedad, con pacientes de renombre, como Trump, Giuliani, Bolsonaro o el Ministro de Sanidad de Israel, insisten en que no hay necesidad alguna de vacunar a los niños. En menores sanos, la supervivencia es del 99,998% (datos del CDC americano). La gripe, dice, es más peligrosa para ellos.

Además denuncia un problema real de seguridad. A corto plazo, el principal efecto adverso son los trombos. Las vacunas provocan la producción de espículas del virus, que dañan los vasos sanguíneos. Otro problema es la miocarditis o inflamación cardiaca en jóvenes. El tercer problema es que el riesgo de aborto en el primer trimestre de embarazo se multiplica por 8, según un estudio publicado en el New England Journal of Medicine.

A largo plazo, evidencia disponible apunta a un problema llamado ADE (antibody dependent enhancement): al ser expuestos al virus contra el que supuestamente habían sido inmunizados, muchos animales murieron en los experimentos preclínicos, porque su propio sistema inmune los mató. No se sabe si esto sucederá también en humanos, porque no se han comprobado los efectos a largo plazo. Luc Montaigner (Premio Nobel por el SIDA) dijo que este era el mayor riesgo de genocidio en la historia de la humanidad.

También a largo plazo, Zelenko afirma que existe evidencia incontestable de que afectan a la fertilidad, reducen el numero de espermatozoides, incrementa el numero de enfermedades autoinmunes, otro estudio apunta que aumentan el riesgo de desarrollar cáncer.

No hay necesidad de la vacuna. Los jóvenes adultos de hasta 45 años sobreviven el 99,95% (CDC). Quienes han pasado la enfermedad están mejor protegidos que con la vacuna. Si tratas a los enfermos de manera apropiada, continúa Zelenko, la mortalidad se reduce un 85%.

Muchos otros médicos están expresando su desacuerdo con la actual estrategia, a pesar de las tremendas consecuencias de levantar la voz. Por citar sólo otro, el Dr. Robert Malone, descubridor de la tecnología mRNA que emplean las vacunas de Pfizer y Moderna, ha publicado un artículo argumentando que la vacunación universal es contraproducente:

- El virus está tan extendido que no puede erradicarse.

- Las vacunas no impiden totalmente el contagio.

- Efectos secundarios graves y desconocidos (básicamente, los ya comentados). Además recuerda que la FDA aún tiene que autorizar las vacunas, de momento bajo uso de emergencia.

- La duración de la protección de las vacunas, que ahora parece que se limita a 180 días. Esto evidentemente puede incrementar los efectos secundarios, pues no es lo mismo dos dosis en total, que dos al año. Se desconocen totalmente las consecuencias. ¡No se ha ensayado!

- Pero lo que es más importante a sus ojos, la vacunación universal en su opinión provocará la aparición de variantes resistentes a las vacunas, empeorando el problema.

Como alternativa más eficiente y razonable, propone vacunar exclusivamente a los más vulnerables (mayores y enfermos). Los demás, “no tenemos nada que temer, más que al mismo miedo al virus”. Sobre todo, si añadimos un arsenal terapéutico apropiado, que es otro argumento que me parece contundente: llama la atención la prioridad absoluta concedida a las vacunas, mientras se olvidan o se ponen trabas al desarrollo de tratamientos (existen numerosos candidatos, incluido un antiviral patrio del que ya les he hablado otras veces que se ha retrasado reiteradamente). ¿Estamos dispuestos a inocular a niños y embarazadas un producto cuyos efectos a largo plazo se desconocen, y en posologías no ensayadas, mientras obstaculizamos el uso de tratamientos prometedores, aun cuando fuera como uso compasivo para enfermos graves?

Combinando las vacunas para los más vulnerables con tratamientos eficaces, evitaríamos el colapso sanitario, que es el principal problema del virus, al mismo tiempo que reduciríamos los riesgos. Además sería una solución totalmente respetuosa con nuestras libertades, al contrario que la vacunación forzosa y los pasaportes distópicos. No vaya a ser el remedio peor que la enfermedad.

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