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De nuevo, la vivienda

Por Fernando Navarro
viernes 17 de enero de 2025, 05:00h

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De nuevo ha salido Pedro Sánchez a hablar de la vivienda, y Pilar Alegría ha dicho que «se van a dejar la piel». En estos casos los podemitas preferían decir «vamos a poner el cuerpo», que se entendía peor pero quería decir básicamente lo mismo: que iban a poner cara de velocidad para que el votante pensara que estaban avanzando deprisa hacia algún lado.

Porque este es un problema muy real pero las medidas propuestas son más de lo mismo, divididas entre las inútiles y las contraproducentes. Lo primero, lo más importante al parecer, es crear una nueva empresa pública de vivienda. Esto no resolverá ningún problema, pero ayudará a colocar a toda una serie de afines a Sánchez que luego, como su hermano, podrán decir que han encontrado el trabajo en Google. Y, por supuesto, van a construir varios gazillones de viviendas públicas. El Gobierno es reacio a proporcionar la cifra de viviendas realmente construidas, pero sabemos las que ha ido prometiendo: en 2018 Ábalos anunció la construcción de 20.000; en 2021, la de 100.000; en 2023 el Gobierno anunció otras 50.000; y unos días más tarde las redujo a 43.000, sin duda porque pensó que una cifra no redonda era más creíble. Sánchez también ha anunciado que pondrá en el mercado las 30.000 viviendas que tiene en su poder la SAREB, la Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria, y este anuncio revela la (nula) seriedad de la propuesta: si la SAREB dispone de esas viviendas es porque no ha conseguido deshacerse de ellas en todo este tiempo. Es normal: si alguien necesita una vivienda en Palma, difícilmente va a quedar satisfecho con una casa en construcción en Bollullos de Abajo.

Y luego están las medidas contraproducentes, como el control de los precios del alquiler. «La evidencia empírica, científica, lo que demuestra es que el control de precios funciona» dijo Sánchez campanudo, y realmente lo que la evidencia demuestra (y el propio sentido común anticipa) es que el control de precios no funciona en absoluto. No sólo incentiva pagos en negro y casting de inquilinos, sino que desanima a los propietarios, que pueden retirar sus viviendas del mercado de alquiler; así la oferta disminuye y los precios suben aún más. Como hay más inquilinos que propietarios, y el votante es desmemoriado, el control de precios sólo es rentable para el político: proporciona a los arrendatarios la impresión de que el Gobierno hace algo por ellos; después, cuando los precios suban, ya buscará otro culpable. Como por ejemplo los residentes extranjeros. «Convertir a los compradores británicos en chivos expiatorios no solucionará los problemas de la vivienda en España» ha respondido Bloomberg al anuncio sanchista de subir un 100% los tributos a los compradores extracomunitarios, y tiene toda la razón pero todo en Sánchez es cálculo electoral. Y como a fin de cuentas sabe que los boomers (el mayor colectivo de votantes) tiene su riqueza depositada en la vivienda también les ha prometido una exención del 100% de las rentas obtenidas del arrendamiento de viviendas siempre que se ajusten a los precios de referencia. Esto, desde luego, no hace que bajen los precios, sino que los complementa vía declaración de renta con dinero público.

Lo que la evidencia empírica y científica demuestra que es que para que los precios bajen hay que aumentar drásticamente la oferta de vivienda, y esto se consigue por dos vías: construyendo más (reduciendo, por cierto, los trámites administrativos) y dando seguridad jurídica al propietario para que ponga su vivienda en el mercado. Todos los economistas de

izquierda y derecha, salvo los más tronados e ideologizados, están de acuerdo con esto, pero resulta que Sánchez depende de los votos de los más tronados.

En Mallorca, claro, tenemos un problema adicional: la construcción de viviendas limita no sólo con el mar, sino con la estética, y no podemos ponernos a construir en altura porque nos cargaríamos esta última. La solución de este endiablado problema queda para los expertos pero de momento, tras quitarme el sombrero de columnista, me pongo el de prescriptor acodado en la barra de un bar para recomendar que Palma lance un tentáculo de suelo urbano hasta la universidad y optimice la línea de metro haciendo nuevas salidas. Luego podría lanzar un segundo pseudópodo hacia la playa de Palma y el aeropuerto, si es que el proyecto del tren, tranvía o lo que sea sigue en pie. Les dejo aquí con mi carajillo a medias.

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