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Adiós, don Javier

miércoles 14 de septiembre de 2016, 09:37h

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Apreciado Don Javier Salinas:

Tras su despedida el sábado pasado como Obispo de la Diócesis de Mallorca con una Misa de Acción de Gracias en La Seu y por lo precipitado de todo lo ocurrido, quisiera con estas líneas despedirme de usted, desearle lo mejor en su nuevo destino para servir a la Iglesia y decirle que somos muchos los que rezamos por usted y por todos los que han estado metidos en este embrollo que ha provocado tal desenlace; sin duda, saldrán adelante con el auxilio de la gracia de Dios. La verdad siempre triunfa, aunque convendría saber qué y cuál es la verdad, que no es otra sino que el pecado existe y que pecadores somos todos, no solo algunos o uno. Estoy segura de que, con el linchamiento que se ha hecho a su persona, estará más cerca que nunca de Dios en la oración, pues por narices habrá tenido que crecer en humildad como hemos hecho todos. Penosos han sido los dimes y diretes que, desde dentro de la misma Iglesia, muchos se han encargado de expandir, los cuales son más dolorosos que el linchamiento mediático al que los católicos empezamos a estar acostumbrados. ¡Cuántos son los que tiran piedras sin estar libres de pecado! Siento todo lo ocurrido como algo personal y como un ataque a la Iglesia de Cristo, pues saben bien los que la odian que, si arremeten contra el Pastor, es probable que se dispersen las ovejas. En nuestra sociedad, tan tolerante ella, no se entiende como tantos son los que se escandalizan por algo que muchos viven como si fuera lo más natural del mundo y a lo que todos estamos expuestos. La gente cree que los que estamos en la iglesia e intentamos vivir el Evangelio estamos exentos de pecado, cuando es precisamente todo lo contrario. Al que vive en pecado el Príncipe de este mundo ya le tiene para sí; los que le interesan a él son los que intentan, sabiendo lo miserables que son, levantarse cada día de las caídas en lugar de asumirlas y hacerlas norma de vida. Sea bueno en correr la carrera, Don Javier, para no ser descalificado y poder, así, llegar a Dios, nuestra meta. Que Dios le bendiga en este año de la Misericordia.

Un abrazo, Rosalía Cortés Sastre.

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